BLASCO IBAÑEZ Y LA ARQUITECTURA.
Javier Domínguez Rodrigo.
Arquitecto y Académico -RACV-.
La conmemoración del 150 aniversario del nacimiento de uno de los valencianos más universales, exige reconocer su contribución tanto a la transformación urbanística como a la renovación arquitectónica del cap i casal.
El excepcional naturalismo literario de Blasco provee un retrato veraz de la ciudad decimonónica, que vive importantes cambios socioculturales, agitada por los convulsos acontecimientos -proclamación de la república, restauración monárquica, crisis de 1898,… que sacuden la conciencia del país.
La haussmanizacion de la Valencia canovista, impulsada por Cirilo Amorós con el derribo de las murallas (1865) y la icónica plaza del Mercado, explícita alegoría de la vida popular y singular testigo de asonadas y motines –El Palleter- se convierten en protagonistas de la novela Arroz y tartana (1894).
Auténtica réplica de El vientre de París de su maestro Émile Zola, la narración ofrece una extraordinaria síntesis sociológica de una urbe en ebullición -Ensanches-. La descripción descubre el Mercado –vientre y pulmón a un tiempo- como verdadero templo del comercio y epicentro de un casco viejo que, ajeno a la revolución industrial, se despoja poco a poco de su indumentaria feudal.
Blasco ilustra a la perfección los afanes modernizadores de sus coetáneos, analizando en el contexto europeo el papel público y la función económica de los mercados municipales (la Madeleine, les Halles,…). Se implica en el debate político sobre la urgencia de construir los nuevos mercados modernistas: Central (Guardia y Soler) y de Colón (Mora).
Paralelamente se sirve de un escenario ancestral -fachada barroca de los Santos Juanes, Lonja de la Seda,…- para confrontar física y dialécticamente a unas clases sociales en abierta colisión: campesinos, menestrales, velluters, artesanos, rentistas beneficiados por la desamortización, burgueses, proletarios,…
La sensibilidad de Blasco por los problemas urbanos queda patente en su manifiesto La revolución de Valencia, un auténtico programa electoral publicado en noviembre de 1901 en el diario El Pueblo del que es fundador y editor.
El acceso al poder de los ediles blasquistas da visibilidad a la Reforma Interior de Luis Ferreres, marcada por la preocupación higienista y la mejora de los servicios: agua potable, alumbrado de gas, red de alcantarillado, adoquinado, primeros tranvías de caballos,…
La apertura de la calle Revolución, actualmente de La Paz, hasta el Parterre es el principal legado de aquellas corporaciones, ya que la propuesta mucho más ambiciosa del partido republicano, redactada por el arquitecto Federico Aymani, no llegará a ser sancionada por el gobierno de la nación.
El pensamiento comprometido y utópico de Blasco late en su apasionada defensa de la apertura de un gran camino-paseo hasta el Mar que, semejante a la avenida parisina de le Bois de Boulogne, uniera la ciudad desde los jardines del Real hasta los poblados marítimos de Cabanyal-Canyameral.
Apuesta porque la capital del Turia se asome desde su fértil planicie aluvial al Mediterráneo, facilitando la conexión y el acceso a las playas de Levante y la Malvarrosa, mediante el trazado de una amplia alameda central de 60 metros y una primera línea de villas exentas conformando una ciudad-jardín, según diseño- 1893 -del ingeniero Casimiro Meseguer.
Contribuye personalmente a que el frente marítimo sea un preciado lugar de veraneo y esparcimiento levantando su propia casa de recreo cerca de la desembocadura de la acequia de Vera.
El maestro de obras Vicente Bochons es el autor del proyecto -1902- que recoge la vocación cosmopolita de un Blasco infatigable viajero, apostando por una mezcolanza de estilos neogriego, pompeyano y modernista para la sólida quinta de un escritor enamorado del palpitante azul del Mare Nostrum.
La mitología helenística asume el discurso edilicio e iconográfico de la fachada noble la vivienda dominada por la galería de la primera planta, a la que recae el gabinete del escritor. La logia está sostenida por pilastras jónicas y cariátides en sus extremos, en referencia alegórica al pórtico del Erecteion de la acrópolis ateniense y a la tribuna de los músicos del palacio del Louvre.
Entusiasta de las tradiciones y del paisaje luminoso de su tierra natal es, junto a su buen amigo el genial pintor Joaquín Sorolla, quien mejor inmortaliza la singularidad de la vida doméstica cotidiana de sus paisanos y, sobre todo, de su ambiente rural y de su hábitat –L’Horta- paradigma de la diversidad agrícola.
El obligado exilio en la localidad de Menton del sudeste francés impulsa al novelista a construir un segundo hogar –Fontana Rosa– al que dota de un amplio jardín belle-époque con abundantes motivos valencianos: huertos, naranjos, pérgolas, cerámicas, trencadís,… que definen su apasionado imaginario vital.
A lo largo de su azarosa existencia Blasco es un impenitente pedagogo, un reformador visionario y, sobre todo, un eficaz y sensible intérprete de la realidad territorial, edilicia, social e identitaria valenciana.
El vasto legado literario del líder republicano constituye hoy una base documental imprescindible para conocer no sólo la Valencia de finales del XIX que precede a la Exposición de 1909, sino sobre todo el intenso debate sobre el futuro urbanístico de la capital en aquel periodo.
Porque, si Blasco es el gran embajador de su patria, sus fuertes raíces locales le convierten en un adalid tanto de las grandes reformas urbanas –Paseo al mar- como de los nuevos lenguajes arquitectónicos que ansía importar de otros lugares (Atenas, París, Nueva York,…) para modernizar las viejas estructuras de su amada ciudad.