CIUDADES AMABLES.
15 mayo, 2018
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CIUDADES AMABLES.

 

Javier Domínguez Rodrigo.

Arquitecto.

 

 

El siglo XXI ha comenzado con grandes turbulencias: terrorismo yihadista, militarización de la diplomacia, desastres humanitarios, descrédito de la política, fragilidad de las fronteras, crisis financiera,… Ello ha provocado una pérdida generalizada de la confianza en los valores del humanismo a favor de una sociedad dominada por el discurso incuestionable del beneficio.

 

Sus consecuencias son visibles en las bulliciosas poblaciones europeas, cuyo principal atractivo es haber reforzado su función como excepcionales puertas de acceso a los avances tecnológicos, a la avalancha de ideas, experiencias, oportunidades y recursos. En suma, a un mundo globalizado.

 

En ese contexto debe entenderse la Agenda Urbana de Naciones Unidas -ONU-, aprobada en la Conferencia Hábitat III (2016), abogando por un cambio de paradigma en la ciencia de las ciudades que subraye el papel singular del espacio colectivo como el auténtico hogar de millones de personas.

 

Realmente son muchos los condicionantes y factores -territoriales, económicos, de movilidad, estructurales, históricos, patrimoniales, identitarios, paisajísticos, de género, de cambio climático,…- que determinan tanto la configuración final, como la calidad urbana de la metrópoli.

 

Durante la última década la UE ha venido aprobando diferentes documentos como la Carta de Leipzig -2007-, las Declaraciones de Marsella -2008-, Toledo -2010-, Riga -2015- y el Pacto de Ámsterdam -2016-, formulando nuevas formas de gobernanza multinivel e iniciativas para mejorar la regulación, el intercambio de conocimiento y la financiación.

 

Bruselas urge a la diligente implantación de estrategias de regeneración, con planes de acción para mejorar las condiciones de vida, crear empleo, combatir una pobreza cronificada, generar medios de inclusión y subsistencia (refugiados, inmigrantes,…), favorecer la transición digital –smart cities-,…

 

Lamentablemente el cap i casal vive un torpe periodo de estériles revanchas partidistas, corroídas de resentimiento, de ausencia de un proyecto común y de liderazgo institucional. Este presidido por un introspectivo narcisismo (inmersión lingüística,…) resulta incapaz de posicionarse ni en el plano internacional, ni frente al desafío secesionista catalán.

 

Porque Valencia, que lleva ya 14 años inmersa en un caótico proceso de revisión de su planeamiento, continua incapaz de definir, con un amplio consenso, un modelo territorial y socioeconómico coherente y equilibrado.

De ahí el imparable declive de una capital que ni se siente orgullosa de sus propias señas de identidad, ni con fuerzas para construir un programa colectivo de futuro, atractivo y solvente.

 

Consecuentemente los problemas se acumulan: deterioro de la renta per cápita (450.000 familias de la Comunidad están en situación de pobreza extrema), envejecimiento del parque inmobiliario (el 50% de las residencias tiene más de 50 años, las vacías superan el 15%,…), barrios vulnerables -Cabanyal, Canyamelar,…- víctimas de la degradación funcional (infraviviendas..), demográfica (analfabetismo, envejecimiento vecinal, desarraigo.,..) y sicosocial (marginación, devaluación salarial, desempleo, drogadicción, delincuencia,…).

 

Ante un escenario tan adverso, sorprende la parálisis e inacción del consistorio, desoyendo las directrices comunitarias y sin el menor interés en diseñar una hoja de ruta para erradicar la desigualdad y desarticulación urbana.

 

Sin un cambio radical de rumbo estamos ante una legislatura perdida, en la que el denostado carril-bici del polémico Giuseppe Grezzi acabará por convertirse en el proyecto estrella.

 

Es urgente poner fin a la rigidez normativa, a la patética descoordinación de los servicios municipales, al rechazo sistemático de la contribución privada (campus de la Universidad Europea, hoteles en la Marina,…), a la búsqueda excluyente del protagonismo, no sólo entre los propios socios de gobierno sino obstaculizando la colaboración con las instituciones de diferente signo,…

 

La escasez de recursos económicos y la dispersión de responsabilidades entre los actores públicos con competencias -INEM, Fomento, FEDER, FSE,…- no pueden servir de excusa para justificar la ausencia de proyectos y programas locales de mayor integralidad.

 

Resulta incomprensible que la corporación presidida por Ribó no apueste por la vía urbanística, ensayada con notable éxito en la Ciutat Vella de Barcelona -1987-, en Gijón -1988-,.. para recuperar todo el Marítimo.

 

Con el ingente patrimonio de suelo (más de 100 millones de euros) dejado por el anterior cabildo popular ¿cómo es posible que no desarrolle un Plan de Rehabilitación Integrada con programas de urbanismo, vivienda, seguridad, bienestar social, equipamiento e infraestructuras que ponga fin al abandono y degradación del barrio?

 

Tampoco se ha tomado ninguna medida que fomente el empleo en el sector turístico, cuyo fuerte impulso se ve lastrado por la inseguridad jurídica generada desde una desnortada administración. ¿Qué va pasar con los apartamentos turísticos y los hoteles? ¿Continuarán sin autorización las más de 1800 terrazas en la vía pública de locales de restauración y ocio? ¿Tendrán alguna idea para parar la gentrificación del casco antiguo?

De espaldas al empresariado, se desprecia su colaboración incluso para paliar los daños de la crisis hipotecaria y los desahucios, que un buen plan de viviendas en alquiler y una regulación similar a las de Berlín o Ámsterdam, resolverían en favor de los colectivos más vulnerables.

 

Las acciones emprendidas por el tripartito distan mucho de ser una respuesta a los retos actuales. Y para mejorar las condiciones de vida de los valencianos, construyendo una ciudad amable, es imprescindible asegurar el desarrollo de una economía local sostenible e inclusiva.

 

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