Situada en la ladera septentrional de la Sierra Helada en las proximidades del viejo camino del faro, que trepa serpenteante por escarpados acantilados hasta alcanzar la Punta Bombarda (112 metros), su entorno constituye un auténtico paraíso para los sentidos.
La residencia se asoma a las cristalinas aguas azules del mediterráneo, que dejan entrever las majestuosas praderas submarinas de posidonia oceánica y cymodocea –els alguers-, ofreciendo una grandiosa panorámica sobre la bahía de Altea y el peñón de Ifach, excepcional testimonio de diversidad biológica.
La abrupta y desigual orografía de la parcela, con diferencias de cota de más de diez metros, singulariza la colonización doméstica de un territorio dominado por pinos carrascos y zonas de matorral con abundancia de romero, enebro y lavanda.
El hábitat de cuatro plantas se fragmenta y escalona en sucesivas terrazas abancaladas que recuerdan las antiguas plataformas de cultivo y disimulan tanto la volumetría como las cicatrices que sobre el paisaje impone la implantación.
La idea clave es construir un mirador, razón por la que organizan perimetralmente una serie de elementos porticados que definen ámbitos de transición dentro-fuera a modo de atalayas sobreelevadas.
En el basamento se localiza el acceso que se abre a un patio abierto de traza semicircular presidido por un augusto olivo, símbolo de la paz, que franquea las áreas de aparcamiento y de servicios. Se genera así un atrio de entrada vinculado a la calle que garantiza la independencia y privacidad de la vivienda.
Desde él se llega al nivel lúdico-deportivo en el que una piscina al aire libre domina la escena interaccionando con un amplio porche que comunica otra alberca climatizada interior. La materialidad a base de mosaicos cerámicos y de madera IPE tapiza por igual los planos que hacen de nexo.
Un pequeño patio inglés en el trasdós explica al usuario la accidentada topografía de la propiedad a la vez que permite ventilar e iluminar el gimnasio y los vestuarios. Completa la planta un apartamento para invitados, concebido con total autonomía respecto de la casa.
Completa el programa funcional el alojamiento propiamente dicho estructurado en dos zonas, una de día y otra de noche. En la primera se localizan los salones, la biblioteca, el comedor, la cocina y aseos de cortesía.
En la última planta se sitúan los dormitorios, vestidores y baños así como un gabinete de estudio. Ambos niveles están intercomunicados espacialmente por un hall de doble altura. Además, un ascensor panorámico con vistas sobre el Puig Campana facilita la accesibilidad a todas las piezas.
El proyecto recupera el concepto de promenade architectural corbuseriano, de forma que los recorridos impuestos por el accidentado relieve, se convierten en una placentera experiencia cinético-visual para sus habitantes.