Con motivo de la celebración del Día Mundial de la Arquitectura el Colegio de Arquitectos de la Comunidad Valenciana ha organizado una serie de actividades para honrar la figura de este extraordinario maestro septuagenario, al que proclamó Mestre Valencià d’Arquitectura en 2013. Se pretende así contribuir a un mejor conocimiento de su imaginario y de su obra, ofreciendo una mirada transversal y retrospectiva sobre un virtuoso artesano involucrado en la modernidad.
Gran dibujante, de fácil y elegante lápiz, con enorme capacidad inventiva, notable pericia proyectual, discurso claro, directo y dotado de una exquisita sensibilidad para la aprehensión de su entorno, su prolífica producción es un estímulo para la reflexión y el debate de esa Arquitectura con mayúsculas que nace de su mano con disciplina, pulcritud y elegancia desde hace medio siglo.
En 1963 construye en Albacete su Opera prima, el templo para el Oratorio de San Felipe Neri preludiando una precoz madurez, que ya atesora un depurado credo wrightiano. En su primer ensayo iniciático se vislumbra un cierto romanticismo por la artesanía y por alcanzar las raíces domésticas del diseño, en cuya esencia geométrico-estructural rotula su miesino manifiesto fisiológico.
Su fidelidad a los pioneros, en los que reconoce sus fuentes de inspiración y expresión (la abstracción -Einfühlung- como vía para alcanzar la universalidad,…) le convierte durante décadas en un referente de la evolución integradora de la arquitectura moderna, extensamente plasmada desde la periferia regional.
Próximo a los ejercicios vernáculos de Le Corbusier en los años 30, Los Filipenses evoca nítidamente referencias foráneas como la capilla de Notre Dame-du Haut de Ronchamp -Corbu-, the Unitariam Church de Shorewood Hills -Wright- o las renombradas cubiertas ala de Félix Candela en Coyoacán (Nuestra Señora del Altillo) o la Habana.
Inspirándose en Ronchamp, Escario concibe la techumbre como analogía del barco de la salvación judeo-cristiana (Noé,…) de modo que la envolvente asemeja un cascarón revestido de madera que flota sobre la nave y se distancia de los muros de mampostería laterales dejando entrever una fina rendija de luz.
Cincuenta años después el Oratorio, concebido por un joven de apenas veintiocho años es considerado como uno de los ejemplos de la arquitectura española del siglo XX, y como tal se encuentra actualmente expuesta (Interior) en el Pabellón de España de la Bienal de Arquitectura de Venecia 2014.
Bajo el lema Absorbing Modernity: 1914-2014 su comisario el holandés y premio Pritzker Rem Koolhaas reivindica la heterodoxia y la experimentación con que el ideario moderno ha producido obras tanto de una riqueza material y espacial como de un refinamiento formal que hoy son auténticos iconos de la cultura contemporánea.
En plena madurez Escario comparte merecidamente podio con su compañero de estudios Rafael Moneo y con sus maestros madrileños Alejandro de la Sota, Miguel Fisac, Francisco Javier Sáenz de Oiza, Fernando Higueras,… De ellos hereda una enorme pasión por la profesión, que timbra su labor pedagógica e inculca a sus alumnos de proyectos en la Escuela de Valencia -ETSAV-.
Esa solvencia entusiasta queda patente en una obra obsesionadamente funcionalista que nunca acepta ni la folklórica banalización de la disciplina, ni las referencias miméticas de los vulgarizados códigos autóctonos, ni el saqueo del populismo epidérmico. Y pocos han contribuido como él a revalorizar sin excesos el hábitat, la vivienda moderna, esos espacios íntimos de la vida cotidiana que dignificó, demostrando que lo contemporáneo es compatible con lo vernáculo.
El edificio de Santa Margarita en Benidorm o la Torre Ripalda -La Pagoda- (con Vidal y Vives), cuyas amplias terrazas y esquinas bífidas potencian su exhibición visual, evidencian el talento de Escario para transformar con sencillez lo doméstico en suntuoso.
Sus continuos aciertos tipológicos, su mimo en la austera concreción constructiva y su capacidad para poner en valor un elemento tan natural y sostenible como el ladrillo, en la mejor tradición de la escuela holandesa -Berlage- convierten su trabajo en un homenaje a la capacidad plástica de ese material tradicional.
Muchos son los complejos residenciales nacidos de su mano y cualquiera de ellos sirve para ilustrar su búsqueda constante de un espacio construido al servicio de la felicidad y la salud de las personas, como este año reclama la UIA al postular el tema “Ciudades saludables, ciudades felices”.
Todo ello corrobora que Antonio Escario se adelantó a su tiempo y de ahí la increíble presencia y actualidad de muchas de sus obras como el Museo Arqueológico, Etnológico y de Bellas Artes en Albacete, la Facultad de Farmacia de la Universitat de Valéncia (Premio Nacional de Arquitectura 1992 -Fundación CEOE-) o el Hotel Bali en Benidorm, el más alto de Europa, entre otras.
Hoy esa prolongada cosecha jalona el rico itinerario vital de un arquitecto que ha fabricado un meritorio legado proyectando y construyendo con rigor en escenarios muy diferentes. Por ello, los arquitectos valencianos, especialmente quienes tuvimos el privilegio de ser sus discípulos, no podemos sino agradecer a Antonio su valiosa, generosa y permanente aportación al progreso cultural, urbanístico y social de la Comunitat.