LA DIMENSION PROPAGANDISTICA DE LA ESCENA PÚBLICA.
A PROPÓSITO DE LA PLAZA DEL AYUNTAMIENTO.
Javier Domínguez Rodrigo.
Arquitecto.
Los usos del ágora y la sucesión de multitudinarias manifestaciones rituales, folclóricas, artísticas, religiosas, comerciales,…, que desde sus orígenes en ella se dan cita, configuran un relato biográfico imprescindible para comprender la ciudad como archivo de la historia.
La legitimación del poder siempre precisa de liturgias comunales y escenografías seductoras –Panem et circenses– que pauten el ritmo de la vida cotidiana y susciten la adhesión, de acuerdo con los credos del momento.
De ahí que tanto la mudanza ideológica como la alternancia partidista se exhiban con intensidad en la metrópoli moderna, que se transforma en un gigantesco teatro de vanidades para el marketing político y la sátira social.
Por ejemplo, la invisibilidad del pasado franquista fue una urgencia para las primeras corporaciones democráticas. Surgidas de las elecciones de 1979, deseaban consagrar un imaginario propio en el espacio público, que es el ámbito en el que los anhelos y valores de la población se hacen más notorios.
Fruto de esa voluntad de ruptura con el pasado es la retirada de la plaza del Ayuntamiento de la estatua ecuestre de Franco -1983- y la severa purga de la toponimia local, borrando cualquier vestigio de la autarquía en la rotulación de las calles (Caudillo, José Antonio Primo de Rivera, Falangista Esteve,…).
Concluía en la capital del Turia la instrumentación estética y el control semántico y estilístico del paisaje urbano, con fines cosméticos, ceremoniales y propagandísticos al servicio del nacionalcatolicismo.
Los manuales de urbanismo suelen poner el acento en la manipulación iconográfica de la polis especialmente por parte de los regímenes totalitarios del III Reich, el fascismo italiano, la Unión Soviética, la Cuba de Castro, la China de Mao,… que buscan transmitir un mensaje filosófico y emocional.
Pero la concepción de las bellas artes como la materialización del volkgeist, el espíritu del pueblo, viene de lejos. De hecho la articulación político-institucional, mediante una tupida red de monumentos -palacios, bibliotecas, fuentes, paseos,…- y signos, es consecuencia de la Revolución Francesa que concibe la arquitectura de la edilicia estatal como el ornamento de la nación, fiel reflejo del buen gobierno racionalista y burgués.
Valencia asimila con retraso la modernización de sus estructuras productivas, lo que demora las reformas urbanísticas que precisa. Una de ellas es la de dotarse de una plaza mayor como epicentro de una nueva centralidad. La imponente presencia de los edificios de Correos y del Consistorio testimonia la voluntad de sus impulsores de conformar ese foro cívico, monumental, grandilocuente y representativo de su floreciente pujanza.
Con la restitución de la monarquía parlamentaria la escena pública del cap i casal vive un período de aparente neutralidad propagandística por parte de los poderes municipales y regionales, aunque en realidad oculta la permanente disputa por la primacía ideológica entre los actores implicados.
Porque el espacio colectivo no desempeña solo una función lúdico-festiva (Berlín, caída del muro,…) sino que es también el campo de batalla para la protesta (París, mayo de 1968,…) y la movilización reivindicativa.
Se da así la paradoja de que mientras la planificación territorial, con frecuencia reducida a técnica jurídico-económica, es una tarea institucional que apenas cuenta con participación ciudadana, el uso y disfrute de la calle pertenece a los habitantes, titulares indiscutibles del derecho a la ciudad.
En Valencia es el balcón municipal el encargado de anunciar el relevo del gobierno en 2015 a favor del tripartito: frente a su uso restringido y protocolario se instaura otro popular. Ese gesto escenifica la voluntad de regeneración democrática dando voz al anonimato silencioso de los más desfavorecidos.
La disputa por el protagonismo en la calle se ha visto enfatizada por los desencuentros con la jerarquía católica, que no ha dudado en expresar su malestar por el apoyo del consistorio a la cabalgata de las Magas republicanas tratando de eclipsar la celebración cristiana de la Epifanía ante los Reyes Magos.
Menos ruido ha generado el conflicto, todavía sin resolver, por la ocupación de vía pública -terrazas,…- con el sector hostelero, que se ha sentido perjudicado por las trabas y restricciones a su actividad.
Resulta imposible desligar la acción urbanística de la confrontación entre los grupos de presión hegemónicos. Frente al modelo neoliberal expansivo de la etapa anterior, Grezzi es el elegido para liderar un renovado orden urbano presidido por carriles bici y masivas peatonalizaciones.
En ese contexto, la reforma y diseño de las principales plazas del casco antiguo, especialmente la del Ayuntamiento, adquiere un papel estelar para predicar el ideario renovador de sus impulsores sirviendo de excepcional escaparate de su política.
La relevancia dialéctico-discursiva del proyecto explica la disputa entre Compromís y PSPV-PSOE por capitalizarlo. Los primeros ponen su énfasis en una apuesta radical para la movilidad a pesar de su malograda gestión en la EMT, infradotada de la flota de autobuses eléctricos que precisa.
Con una oposición a remolque de los acontecimientos, los socialistas abanderan una estrategia más global que sustentan en la defensa medioambiental, la dignificación del legado patrimonial heredado y en un amplio programa social.
Con ello pretenden reforzar una imagen de marca progresista que enorgullezca a los valencianos, atraiga a inversores financieros y sea un eficaz reclamo de un turismo cosmopolita.
Sin embargo, tantos intereses contrapuestos dificultan la definición de unos objetivos y de un programa de necesidades -funcionales, simbólicas,…-consensuados y, sin ellos, cualquier propuesta acabará siendo incompleta, insatisfactoria, polémica y efímera.