MEMORIA Y PAISAJE DEL ENSANCHE
4 mayo, 2014
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373-MEMORIA-Y-PAISAJE            La aprobación en 1864 de la primera Ley de Ensanche acota un punto de inflexión en la historia de Valencia, que alumbra el derribo de sus murallas (1865) y la configuración de su primigenio Plan de Ensanche (1864-1884) redactado por los arquitectos José Calvo, Luis Ferreres y Joaquín Arnau.

150 años después sorprende la pervivencia de muchos de los problemas a los que se enfrenta la acción urbanística: la definición de un modelo territorial, las formas de gobernanza, la dificultad de acceso a la vivienda,… Y sobre todo la salubridad, que hoy en clave medioambiental continua siendo el principal desafío.

El prototipo de l’Eixample basado en el uso de la retícula y de la manzana rectangular con patio ajardinado central y chaflanes en sus esquinas redescubre las ventajas y virtudes de la ciudad compacta.

Nadie, nunca, en ningún lugar ha tratado de enfrentarse a las contradicciones y complejidades del urbanismo con una perspectiva tan amplia: cartesiana, humanista, jurídica, económica, higienista, estética,…. Ildefonso Cerdá Suñer admira profundamente la polis clásica y la reivindica como un eficaz instrumento racional para garantizar el progreso y el bienestar de sus habitantes.

Mucho se ha escrito (Taberner, Piñón, Llopis, Benito, Serra,…) sobre el Ensanche valenciano como versión devaluada, en cuanto a parámetros morfológicos e índices de calidad, respecto del original catalán.

Fuertes intereses especulativos, codicia inmobiliaria y miopía política han castigado durante décadas su paisaje: excesivas profundidades edificatorias, colmatación interior de la trama hipodámica, demoliciones indiscriminadas (calle Colón, Ruzafa,…), alteraciones del skyline, erosión de la escena urbana, infraestructuras arcaicas,… Y tras esa ilusoria ciudad-escaparate se esconde una incómoda realidad socio-económica.

Muchos son también los desaciertos de la última etapa: ausencia de un plan vecinal de aparcamientos, fachadismo, pésimo trazado del carril-bici, despilfarro lumínico,…. Aunque sin duda son las erráticas reurbanizaciones de la gran vía Marqués del Turia y del barrio de Ruzafa el triste corolario de una obtusa gestión municipal empecinada en mantener un culto totémico al automóvil.

Sin embargo, a pesar de las pérdidas, las contradicciones e incluso los errores l’Eixample constituye no solo un gigantesco museo historiográfico, sino también un tejido lleno de vida, de potencialidades y de sinergias, que precisa una profunda reformulación estratégica.

Es urgente luchar contra las causas de la degradación ambiental disminuyendo las emisiones de gases de efecto invernadero y elevando la contribución de las energías renovables. La alternativa son programas solventes de SOSTENIBILIDAD, como por ejemplo la peatonalización intensiva de la red viaria ortogonal cerdiana y su repoblación vegetal.

Los jardines verticales en determinadas fachadas y medianeras y los sistemas de cubiertas ajardinadas ecológicas son una excelente opción para regenerar la escena urbana mejorando la calidad del aire, el microclima (islas de calor, huella de carbono,…) y la eficiencia energética.

La recuperación de unos singulares espacios verdes y de los procesos naturales asociados a los mismos (evapotranspiración, conversión del dióxido de carbono en oxígeno,…) resultan imprescindibles para conseguir que el Ensanche sea ambientalmente saludable.

Por otro lado, tanto la reordenación del tráfico rodado en favor del peatón como la resolución del déficit de equipamientos de la zona invitan a pensar en las enormes posibilidades funcionales del subsuelo. Por ejemplo, podrían rescatarse los refugios antiaéreos republicanos construidos en 1938 por la Junta de Defensa que permanecen ocultos en la alameda central de Marqués del Turia, incorporándolos a itinerarios culturales.

El aprovechamiento para usos dotacionales del subsuelo público es especialmente relevante en la avenida de Jacinto Benavente por su facilidad de conexión con el Jardín del Turia lo que permitiría generar ámbitos (deportivos, culturales, lúdicos,…) de gran calidad espacial.

En ese contexto la contaminación lumínica es otra de las asignaturas pendientes. Es absurdo que en un conjunto monumental como l’Eixample buena parte de la iluminación artificial se pierda en el cielo nocturno en lugar de enfatizar las arquitecturas de mayor interés como sucede en los centros históricos de muchas otras metrópolis españolas.

Valencia y su Ensanche deberían ser redescubiertos en la noche por una adecuada iluminación artística que invitara a pasear reconociendo en sus calles el polisémico mestizaje de sus magníficas construcciones modernistas, eclécticas y art-Decó.

Urge, pues, reflexionar acerca de la remodelación paisajista de su malla geométrica (peatonalización, ajardinamiento, policentrismo lineal,…), la corrección de disfunciones, la revalorización física de los interiores de las manzanas y la potenciación de la identidad creativa de la trama mediante acciones de rehabilitación integral.

Porque restaurar las heridas patrimoniales, gestionar eficazmente el reequipamiento del barrio e implementar criterios y recursos de sostenibilidad medioambiental son esenciales para dotar de valor añadido y garantizar el futuro del Ensanche. En suma para humanizarlo, es decir proveerlo de una nueva conciencia participativa y colectiva en favor de sus habitantes.

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