El rosario de crisis anudadas de los últimos años ha sacado a relucir múltiples disfunciones, dificultades y flaquezas que en la Comunidad Valenciana han venido marcadas tanto por la desaparición de su red financiera (Bancaja, CAM,…), como por el estallido de la burbuja especulativa inmobiliaria.
Pero el actual tsunami de pesimismo y desánimo colectivo (tasa de pobreza superior al 25%, paro, corrupción,…) resultará estéril si no se profundiza en el origen y las causas de los dislates cometidos: politización y quiebra de las cajas regionales, sobrecostes de infarto en la obra pública, geografía del despilfarro,…
Asfixiados por los recortes (educación, sanidad,…) muchos ciudadanos se cuestionan hoy el porqué de aquella desmesurada floración de ostentosos proyectos emblemáticos plagados de excesos: Terra Mítica, las Ciudades de las Artes, de la Luz y del Cine, Mundo Ilusión, el aeródromo de Castellón-Costa Azahar,…
Sin embargo, censurar el fetichismo, la megalomanía o la torpeza de unos gestores ávidos de lucimiento no debe suplir la necesaria auditoria individualizada de cada gran intervención pública a fin de identificar y cuantificar los graves errores estratégicos, de concepción inicial, de localización, de viabilidad económica, urbanísticos,… que los ha avocado al fracaso.
¿Qué estudios avalaron el diseño y el plan de futuro de Feria Valencia para conducirla al abismo? ¿Cómo se explica que con la formidable apuesta de la America’s Cup, la ciudad no haya zanjado esa brecha infranqueable con el mar? ¿Cómo es posible que a pesar de sus enormes potencialidades y recursos, la Marina Real Juan Carlos I no sea todavía un epicentro urbano? ¿En qué pensaban cuando malgastaban el dinero en la Fórmula I de Bernie Ecclestone?
Es decir, ¿por qué se han realizado infraestructuras lúdico-festivas y turísticas tan sobredimensionadas? ¿No es lamentable observar tantas inversiones infrautilizadas cuando todavía hoy existen colegios con barracones?
Urge una reflexión autocrítica sobre las excentricidades planificadoras, la orfandad teórica, el narcisismo institucional, la obsesiva fijación por la mascletás arquitectónicas, la descarada evasión de responsabilidades en todos los ámbitos,…
Contextualizar el naufragio valenciano es imprescindible para corregir el rumbo. Y para ello debe volverse la mirada hacia aquellos modelos de éxito más próximos, como la Barcelona de los Juegos Olímpicos (1992). O la metrópoli vasca de la ría del Nervión que con la operación del Museo Guggenheim (1992-1997) diseñado por Frank O. Gehry conquistaba un triunfo mediático sin precedentes -el efecto Bilbao (Frampton)-, con una inversión proporcionalmente mínima en comparación con la del faraónico macroproyecto -CAC- de Santiago Calatrava.
Afortunadamente abundan por las tierras hispanas los buenos ejemplos de construcción de equipamientos como palanca y motor de desarrollos urbanos sostenibles. Tal es el caso en plena autarquía, de la rehabilitación como Paradores de Turismo de los Hostales de los Reyes Católicos en Santiago y de San Marcos en León, recuperando del olvido dos monumentos nacionales.
El arquitecto Moreno Barberá, cuya obra en Valencia (Universidad Laboral de Cheste, antigua Facultad de Derecho,…) constituye uno de los mejores paradigmas del movimiento moderno en la Comunidad, fue el principal artífice de aquellas acertadas y fructíferas intervenciones.
Su hijo Fernando Moreno-Barberá von Hartenstein ha escrito un magnífico libro Superconstellation. Un arquitecto en turismo, que basado en su tesis doctoral desvela y enjuicia el efecto repetidor del gasto sobre las industrias y actividades satélites que se crean con los Hostales, su enorme rentabilidad social y su lucrativo impacto económico.
En el texto cuenta que la reconversión de Compostela inaugurada en 1954 costó 135 millones de las viejas pesetas, equivalente al precio de un avión Super Constellation según defendió en Viena su padre al justificar la bondad del plan estatal para la promoción de la ruta jacobea. Jamás imaginaría que aquel símil pudiera encontrar medio siglo después su antagónica réplica en el fantasmagórico aeropuerto de Castellón, símbolo de las bufonadas y el derroche del poder local.
El autor desgrana con singular pericia la geoeconomía turística del cuarto de siglo del desarrollo español al hilo de sus personajes políticos (Suanzes,…), analizando las numerosas sinergias funcionales y de escala generadas por la explotación empresarial de ambos Hoteles. Su valoración de la rentabilidad de las propias actuaciones, de su impacto en la modernización del tejido productivo y de su efecto multiplicador territorial, es realmente excelente.
Aprender del errático pasado es una tarea irremplazable para encontrar soluciones solventes de futuro. La sociedad valenciana está obligada a reinventarse para sobrevivir a las dificultades y desafíos actuales. Debe ponerse fin a la improvisación y a la obscena opacidad en la gestión pública, sustituyéndose definitivamente la propaganda partidista por la información objetiva.
La profunda crisis en que nos encontramos debería al menos servir para acabar con la política de opciones únicas y excluyentes impuestas desde las esferas del poder. Deberían instaurarse nuevas formas y prácticas de control del gasto, de búsqueda del consenso social en la toma de decisiones, de impulso del debate abierto entre los actores implicados,… En suma, es necesaria una profunda renovación de la prospectiva y de las agendas urbanas, instaurándose un nuevo leadership, una gobernanza transparente y participativa.