UNA ALAMEDA PARA EL SIGLO XXI.
16 octubre, 2018
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UNA ALAMEDA PARA EL SIGLO XXI.

 

Javier Domínguez Rodrigo.

Arquitecto.

 

Las ciudades son con frecuencia prisioneras de su historia y la capital del Turia, con un pasado reciente plagado de megalómanos excesos, no es una excepción. Sacudida incesantemente por la tormenta mediática y política, la prolongada carencia de liderazgo dificulta una reflexión estratégica, territorial y social rigurosa con la que afrontar problemas urbanos demasiado viejos y enquistados: poblados marítimos, fachada al mar, reforma de las plazas,…

 

De entre ellos destaca el abandono y desencuentro de los valencianos con su frágil patrimonio natural, que desde los años del desarrollismo es víctima (el Saler, l´horta,…) de reiteradas agresiones, pese a su incuestionable papel estructurante (zonas verdes, conectores biológicos,…) y ambiental (microclimas, ecosistemas,…).

 

Tal es el caso de uno de los más bellos y frondosos parques del cap i casal, el paseo de la Alameda, que en las últimas décadas ha padecido una continua expoliación botánica (talas masivas,…), física (construcción de nuevos puentes, tráfico rodado, usos inadecuados, obras del metro,…) y estéticas.

 

Nadie duda que la Alameda es un Jardín Histórico único e irrepetible, que debe perdurar y recuperarse para disfrute de las generaciones futuras. Pero remozarla, como plantea el consistorio, permutando plazas de estacionamiento en superficie por nuevos carriles bici es un enorme desatino, cuente o no con un dudoso refrendo vecinal.

 

La cartografía histórica -Tosca, Mancelli,…- documenta e ilustra su azarosa existencia, datando el alzado de sus pretiles, coetáneos de los puentes del Real -1589- y del Mar -1596-, la plantación de las primeras filas de álamos -1644-,…

 

Privilegiado lugar de esparcimiento, testimonia la mano exquisita de los arquitectos que la amaron y embellecieron, como Cristóbal Sales tras la francesada o Javier Goerlich LLeó, autor en 1932 de la cuidada peatonalización del puente de Mar y de la prolongación hasta el de Aragón.

 

De aquel Prado original de un kilómetro de longitud y similar al de San Sebastián de Sevilla, se conservan en su inicio las torres de los Guardas. Pero si el siglo XX rotula su decadencia, el XIX marca su esplendor con las intervenciones de Joaquín Belda -1861- y Casimiro Meseguer -1875-, que supieron enriquecerlo aumentando su vegetación (grandes ficus, pinos, palmáceas, eucaliptos, cedros, acacias,…) y sus paseos e instalando magníficas fuentes y esculturas, hasta conseguir uno de los más refinados paseos-salón europeos.

 

Valencia no puede desoír las recomendaciones de la Carta de Florencia de 1981 (ICOMOS), que para la salvaguarda de los Jardines históricos exige preservar su composición arquitectónica. Es decir, su trazado, sus perfiles, las masas vegetales (especies, volúmenes, distancias, juegos de color,...), sus elementos constructivos, decorativos, sus aguas (fuentes, sistemas hídricos,…).

 

Porque lo que la Alameda viene reclamando es un proyecto unitario y global, capaz de restituir sus valores históricos, morfológicos, culturales y paisajísticos. Es imprescindible recuperar su linealidad -esencial al concepto de “paseo-salón”-, eliminando las cicatrices y alteraciones impuestas por ese culto totémico al automóvil (desembarco del puente de Calatrava,…), convirtiéndola erróneamente en vía rápida y playa de aparcamiento.

 

Es necesario devolver al paseo su primitiva escala, mediante la reconstrucción del desaparecido andén arbolado central y facilitando la recomposición del óvalo del Real, sin el que la Alameda presenta su traza mutilada, careciendo de final en el Llano de Viveros.

 

La intervención debe priorizar tanto la reposición de sus esquilmadas especies botánicas como la restauración de sus principales sistemas hidráulicos, defensivos (pretiles,…) y ornamentales (parterres, estatuaria, mobiliario,…).

 

Especial interés merece su relación con el antiguo lecho del Guadalaviar, transformado en un heterodoxo puzzle de jardín encauzado, cuya conexión perimetral (Viveros, Botánico,…) queda interrumpida por arterias de tráfico.

 

Corregir los malogrados encuentros en los puentes de Calatrava y de las Flores, poniendo en valor las potencialidades del subsuelo (equipamientos, dotaciones, servicios, infraestructuras de transporte,…), permitiría devolver el protagonismo al viandante fortaleciendo el rol estructurante del parque y sus posibilidades de uso como espacio público.

 

Debe rechazarse la idea de construir un gran aparcamiento subterráneo, pues ni es compatible con la recuperación del jardín, ni es una necesidad del barrio de la Exposición. Tal pretensión se funda en una demanda de plazas de parking por parte de un casco antiguo terciarizado. La plaza de América constituye una mejor opción, aunque la solución al problema pasa inequívocamente por realizar de una vez un plan de movilidad con visión metropolitana.

 

El debate ahora reabierto desde la alcaldía tendría que ampliarse sobre el futuro diseño del inconcluso tramo colindante del cajero fluvial y la reforma de los puentes, especialmente el del Real al que habría que restituir su primigenia traza (fue ampliado en los 60) peatonalizándolo.

 

Porque con objetivos tan simples, desdibujados y erráticos como los ahora formulados para el centenario paseo de la Alameda por el gobierno municipal, no se resuelven problemas funcionalmente complejos (movilidad,..) y de una enorme transcendencia simbólica, paisajista y formal.

 

 

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