VALENCIA: ARQUITECTURA E IDENTIDAD CULTURAL.
11 septiembre, 2018
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VALENCIA: ARQUITECTURA E IDENTIDAD CULTURAL.

 

Javier Domínguez Rodrigo.

Arquitecto.

 

Los iconos arquitectónicos no son imprescindibles, ni tampoco irreemplazables, pero resulta evidente que muchos de ellos -Guggenheim, Golden Eye,…- acaban por convertirse en la imagen renovada de las metrópolis.

 

No es un episodio nuevo (Coliseo, Taj Mahal, Big Ben, torre Eiffel, Empire State,…) pero la globalización contribuye a persuadir a los gobiernos para realizar construcciones sensacionalistas con las que modernizar sus territorios inundándolos de ese maná inflacionista que es el turismo de masas.

 

La narcisista contaminación visual como estrategia mutante que revoluciona el skyline, testimonia las secuelas de una enfermedad urbana caracterizada por un trastorno disociativo de la identidad.

 

No son las ciudades, que se conforman a lo largo de siglos, sino sus habitantes, quienes precisan memorias, símbolos y significados colectivos, funcionales, estéticos, espirituales,… con los que confraternizar y reconocerse.

 

Y esa sensación de pertenencia no la favorece la banalización publicitaria del medio físico convertido artificiosamente en parque temático. Se olvida que en un universo en constante cambio, el verdadero problema no está en el tamaño y formato de los edificios. La cuestión es, si realmente se puede vivir y ser feliz en ellos y en las enormes poblaciones que los alojan.

 

En ese contexto, plagada de múltiples estereotipos, la imagen actual de Valencia gravita sobre la exhibición de escogidos fragmentos (Hemisférico, Ágora, Oceanográfico,…) que dibujan un paisaje idealizado y evocador del progreso y la vanguardia de una capital cosmopolita.

 

Para ello durante las últimas décadas los dirigentes populares pondrían su empeño en rediseñar la marca Valencia con el ánimo de renovar el cap i casal poniéndolo en el mapa de los codiciados destinos turísticos.

 

Variados son los referentes en que podían inspirarse, aunque la vía elegida fue la catalana. Así, a semejanza de la Barcelona Olímpica y de Gaudí de 1992, nace la Valencia de la Copa América y de Santiago Calatrava.

 

Pero los unicornios no existen y los grandes eventos deportivos, también la Fórmula I, son un muy lucrativo negocio para los organizadores y un oneroso dispendio para las sedes anfitrionas. Y aquí no hubo excepción.

 

Diez años después la Marina Real, el PAI del Grao y, en general, toda la fachada al mar (Nazaret, Cabanyal,…) testimonian el fracaso del urbanismo post America´s Cup, sin que la mudanza política de 2015 aportara alternativa alguna.

De ahí que hoy los desequilibrios generados por la burbuja turística, como son la segmentación espacial (barrios, terrazas,…), la discriminación social (incremento de los alquileres,…), la sustitución de las actividades tradicionales del casco antiguo,… reproduzcan en menor escala los que padece la ciudad condal.

 

Otro de los efectos del cambio de paradigma urbanístico es la presentación en términos románticos de una reinventada ciudad-museo, lo que facilita la manipulación de la memoria antropológica de una población heterogénea y con unas difusas señas de identidad.

 

No es banal la apuesta por una arquitectura atemporal y futurista como la de Calatrava frente a postulados más tradicionales y vernáculos. Mientras Barcelona se reconoce orgullosa en su pasado modernista, Valencia solo puede buscarse en el mañana. Al fin y al cabo semiótica y política van de la mano.

 

La orfandad identitaria de la milenaria Valentia romana, a pesar de la profusión de icónicas arquitecturas levantadas en el periodo democrático, resume el megalómano espejismo de un tiempo plagado de excesos.

 

En el fondo laten las carencias de una sociedad lastrada por múltiples frustraciones interiores, un cierto complejo de inferioridad provinciana (lengua, cultura,…) y la secular ausencia de un proyecto solidario común.

 

Huérfana de liderazgo y maltrecha por una crisis que ha aniquilado sectores claves (financiero, inmobiliario, mueble,…) de su economía, la Comunitat contempla descolocada e impasible las vecinas tensiones independentistas.

 

A remolque de los acontecimientos, Valencia se enfrenta a un complejo y complicado futuro, incapaz de definir qué quiere ser (capital mediterránea, turística, cultural, tecnológica, universitaria, de negocios,…) y qué papel se propone jugar tanto en la escena nacional como en el tablero internacional.

 

Es necesario poner fin a ese proceso de autodestrucción biográfica, agravado por el tsunami populista que sacude Europa y que en España recibe el impulso institucional de las sucesivas reformas educativas (LOGSE,…), facilitando la expúrea tergiversación de la historia del solar patrio, con fines partidistas.

 

Porque la crónica inacción y la incapacidad de alcanzar consensos impide la búsqueda y definición de objetivos, soluciones y estrategias en casi todos los ámbitos. Y el urbanismo no es sino un botón de muestra de la falta de rumbo y descomposición social.

 

Es imprescindible enfrentarse a los retos y desafíos, corrigiendo los errores planificadores del pasado y concretando un modelo territorial pactado con los principales actores empresariales, vecinales, profesionales y económicos.

 

Valencia debe cimentar su identidad cultural en sus sólidas potencialidades, sabiendo conjugar la riqueza de la diversidad con la consolidación de un proyecto europeo, poniendo el acento no en lo particular y excluyente sino en los valores, tradiciones y culturas compartidas.

 

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